Desde hace algún tiempo soy uno más de los que está enfebrecido con esto que popularmente se llama running...
Uno más que salía sin ningún conocimiento de lo que se traía entre manos, sin una mera aproximación a lo que verdaderamente supone el acto de correr hasta que se me cruzó en la vida la persona que ha dinamitado todo esto, Rafa, mi Mr. De su mano he descubierto la importancia de mover el corazón con criterio, con visión en función de los objetivos y en función de las metas que nos sirven para hacer camino.
Sin camino no hay metas que valga la pena cruzar.
La cuestión es que llegamos al día de la carrera y uno se encuentra con cierto resquemor, uno no sabe si las piernas van a responder, si la cabeza va a jugar una mala pasada, esas cosas que siempre nos acompañan en esto de los retos.
El ambiente previo a la carrera es inigualable, difícil transmitir todas las sensaciones que en él se viven: la gente gritando, riendo, cantando y eufóricos, dispuestos a pasar un rato memorable en la carrera.
¡Pero si se trata de pasarlo mal en las cuestas de nuestro sinuoso Jaén!
Con el pistoletazo de salida continuamos la dinámica de explosión incontrolada y ya son las piernas las que se hacen con el mando de la situación: transcurre los primeros kilómetros y no puedo evitar que el crono vaya dictando sentencia, todo transcurre con normalidad, conforme a lo entrenado, pero pienso que debo ser conservador, que aún quedan muchas cuestas jaeneras y que no debo cebarme con el principio. Enseguida me veo en el temible barranco de los escuderos, la cuesta con más imposición en toda la trayectoria del recorrido; cuando la acabo las sensaciones son buenas y me dispongo a disfrutar aún más de todo lo bueno que la ciudad ofrece, apasionante el calor humano que las antorchas despiden, no es únicamente el calor que llega de la antorcha en sí, es el calor de toda la gente que arrecia de continuo y que no ceja durante todo el tramo.
Ves a decenas de familias, a pequeños que gritan muy ilusionados dando ánimo y a gente que te identifica y calurosamente te insufla aún más decisión para que cada paso sea más ligero.
Seguimos transitando y todo parece que va a estar dentro del objetivo
Llegamos al final del Gran Eje, siempre temido, siempre con su inacabable infinitud; no obstante, esta vez ha sido absolutamente mágico, he decidido olvidarme del reloj y, con la cabeza bien alta, intentar mirar a cada unos de los cientos que se arraciman en torno a la serpiente variopinta de corredores; decido que cada uno de ellos me aporta el ánimo y el coraje suficiente para seguir, seguir y seguir, pero mirándolos a ellos, escrutando sus ánimos e identificando en su anonimato la comunión de esta carrera nos proporciona.
Me atrevería a definirlo como una suerte de soledad acompañada.
Podría haber agachado la cabeza y someterme a la tiranía de los tiempos, ésa que nada más cruzar la línea de meta te somete al escrutinio de lo que los demás han hecho y lo que las comparativas establecen, pero tenía absolutamente meridiano que necesitaba encontrarme con los que estaban en la calle con su apoyo incondicional a todos nosotros y nosotras.
Imposible describir lo que supone correr sin las ataduras de que los cronos prevalezcan sobre la emoción, sobre la posibilidad de poder dar una palmada a un peque que te ofrece su mano para que la choques, momento en el que lo haces porque quizá eso sirva para que él, en poco o mucho tiempo, saboree estos maravillosos momentos.
Es un componente emocional que, a día de hoy, no estoy dispuesto a sacrificar.
Se aproximan los últimos metros y mis piernas me permiten el lujo de apretar aún más para que la línea de meta llegue con su ansiado placer de descanso, momento en el que miro el crono y las expectativas se rebasan con creces...
Creo que mi suerte ha sido no tener a nadie cerca, porque si no me hubiese echado a llorar con él o ella.
Increíble saborear que, gracias a criterios de un fabuloso especialista que siempre confía en ti, puedes bajar en poco tiempo entre 6 y 7 minutos con respecto al año pasado en la carrera.
Sin duda, no puedo dejar esto por concluido sin dar infinitas gracias a los que siempre te apoyan, a una madre que aguanta en la calle para ver a su “peque" durante fugaces instantes y a la familia que te estimula siempre, que hace que todos los entrenos sean más plenos porque el tiempo que le robas al día con madrugones y con horas extrañas hace que sea un tiempo ganado para ellos.
De todo esto va lo de correr, de presencia plena contigo para derramarla con los demás.
Uno más que salía sin ningún conocimiento de lo que se traía entre manos, sin una mera aproximación a lo que verdaderamente supone el acto de correr hasta que se me cruzó en la vida la persona que ha dinamitado todo esto, Rafa, mi Mr. De su mano he descubierto la importancia de mover el corazón con criterio, con visión en función de los objetivos y en función de las metas que nos sirven para hacer camino.
Sin camino no hay metas que valga la pena cruzar.
La cuestión es que llegamos al día de la carrera y uno se encuentra con cierto resquemor, uno no sabe si las piernas van a responder, si la cabeza va a jugar una mala pasada, esas cosas que siempre nos acompañan en esto de los retos.
El ambiente previo a la carrera es inigualable, difícil transmitir todas las sensaciones que en él se viven: la gente gritando, riendo, cantando y eufóricos, dispuestos a pasar un rato memorable en la carrera.
¡Pero si se trata de pasarlo mal en las cuestas de nuestro sinuoso Jaén!
Con el pistoletazo de salida continuamos la dinámica de explosión incontrolada y ya son las piernas las que se hacen con el mando de la situación: transcurre los primeros kilómetros y no puedo evitar que el crono vaya dictando sentencia, todo transcurre con normalidad, conforme a lo entrenado, pero pienso que debo ser conservador, que aún quedan muchas cuestas jaeneras y que no debo cebarme con el principio. Enseguida me veo en el temible barranco de los escuderos, la cuesta con más imposición en toda la trayectoria del recorrido; cuando la acabo las sensaciones son buenas y me dispongo a disfrutar aún más de todo lo bueno que la ciudad ofrece, apasionante el calor humano que las antorchas despiden, no es únicamente el calor que llega de la antorcha en sí, es el calor de toda la gente que arrecia de continuo y que no ceja durante todo el tramo.
Ves a decenas de familias, a pequeños que gritan muy ilusionados dando ánimo y a gente que te identifica y calurosamente te insufla aún más decisión para que cada paso sea más ligero.
Seguimos transitando y todo parece que va a estar dentro del objetivo
Llegamos al final del Gran Eje, siempre temido, siempre con su inacabable infinitud; no obstante, esta vez ha sido absolutamente mágico, he decidido olvidarme del reloj y, con la cabeza bien alta, intentar mirar a cada unos de los cientos que se arraciman en torno a la serpiente variopinta de corredores; decido que cada uno de ellos me aporta el ánimo y el coraje suficiente para seguir, seguir y seguir, pero mirándolos a ellos, escrutando sus ánimos e identificando en su anonimato la comunión de esta carrera nos proporciona.
Me atrevería a definirlo como una suerte de soledad acompañada.
Podría haber agachado la cabeza y someterme a la tiranía de los tiempos, ésa que nada más cruzar la línea de meta te somete al escrutinio de lo que los demás han hecho y lo que las comparativas establecen, pero tenía absolutamente meridiano que necesitaba encontrarme con los que estaban en la calle con su apoyo incondicional a todos nosotros y nosotras.
Imposible describir lo que supone correr sin las ataduras de que los cronos prevalezcan sobre la emoción, sobre la posibilidad de poder dar una palmada a un peque que te ofrece su mano para que la choques, momento en el que lo haces porque quizá eso sirva para que él, en poco o mucho tiempo, saboree estos maravillosos momentos.
Es un componente emocional que, a día de hoy, no estoy dispuesto a sacrificar.
Se aproximan los últimos metros y mis piernas me permiten el lujo de apretar aún más para que la línea de meta llegue con su ansiado placer de descanso, momento en el que miro el crono y las expectativas se rebasan con creces...
Creo que mi suerte ha sido no tener a nadie cerca, porque si no me hubiese echado a llorar con él o ella.
Increíble saborear que, gracias a criterios de un fabuloso especialista que siempre confía en ti, puedes bajar en poco tiempo entre 6 y 7 minutos con respecto al año pasado en la carrera.
Sin duda, no puedo dejar esto por concluido sin dar infinitas gracias a los que siempre te apoyan, a una madre que aguanta en la calle para ver a su “peque" durante fugaces instantes y a la familia que te estimula siempre, que hace que todos los entrenos sean más plenos porque el tiempo que le robas al día con madrugones y con horas extrañas hace que sea un tiempo ganado para ellos.
De todo esto va lo de correr, de presencia plena contigo para derramarla con los demás.